No diré que sea un clásico, que tampoco es para tanto, pero sí es cierto que gran parte de nuestra generación conoce la película «Atrapado en el tiempo«, en la que Bill Murray quedaba confinado en un intervalo espacio-temporal celebrando de manera indefinida el conocido como «Día de la marmota». La película es una comedia, pero puede dejar de serlo cuando uno piensa si, en realidad, está gestionando su propia vida como Bill Murray sufría en dicho largometraje.
El rol
En la vida, igual que en la empresa, en la comunidad de propietarios, con los amigos jugando al dominó… en cada situación el ser humano adopta unos roles determinados. No nos comportamos igual cuando estamos con nuestros hijos jugando tirados en el suelo que en un consejo de administración o en una reunión de vecinos.
Con ciertas personas tendemos a ser distantes, con otras más amables, con la familia quizás chistoso, con compañeros de trabajo menos amistoso. Para gustos, los colores.
Cuando jugamos con nuestros hijos, solemos presentar una imagen constante en el tiempo; imagen muy distinta a la que ofrecemos en un consejo de administración. Pero en esta última situación, la imagen también tiende a ser constante en el tiempo: el resto de los participantes saben qué se van a encontrar cuando lleguen a dicho consejo.
En cada situación exhibimos un carácter diferente, un rol distinto, con un fondo común, claro, pero una fachada distinta. Y esa imagen externa, ese rol, suele ser constante cuando se da cada situación.
Fagocitado por el rol: el pasado y presente
El rol es acumulativo: cuanto más se usa, más firme se presenta. Cuantas más veces te presentes de una determinada manera en la misma situación, más difícil te será cambiar dicha presentación la próxima vez que ésta aparezca.
El pasado y presente condicionan, cada vez con más peso, el futuro rol en cada situación.
El cambio
El efecto acumulativo del rol dificulta el cambio en gran medida, por lo que, si vas a cambiar en algo, hazlo cuanto antes. Mañana será aún más difícil que hoy.
La web está llena de artículos acerca del cambio, del futuro. Las librerías llenas de libros de autoayuda que invitan y animan a cambiar. Muchas veces nosotros mismos somos conscientes de la necesidad de ese cambio. Sin embargo, el cambio es complicado y pocas veces se consigue por propia iniciativa. Y en la empresa, menos. Si ya es difícil cambiar uno mismo, ¡pensad en lo complicado que es cambiar al resto!
En la mayor parte de las ocasiones el cambio viene impuesto por circunstancias externas. Tener un hijo, casarse, un despido, la superación de una grave enfermedad, un cambio legislativo, la venta de la empresa… son circunstancias que «te cambian la vida». Y ojo al «te», porque ese «te» implica que no eres tú el que decide cambiar, sino que pasa algo y por eso cambias.
Para cambiar hace falta una buena excusa y, normalmente, no la sabemos reconocer. Así que el cambio proviene, fundamentalmente, de cuestiones externas sobre las que sólo tenemos un control relativo. ¡Reza porque la circunstancia te sea favorable!
Si vas a cambiar, que sea porque tú lo decides
No dejes que otros tomen esa decisión por ti. Porque, si otros deciden, lo harán con sus criterios, no con los tuyos. Y, muy raramente, alguien toma la decisión de cambiar algo para facilitarte la vida. De hecho, normalmente suele ser al revés.
¿Qué hace falta para cambiar?
Lo primero: querer hacerlo. Pero querer de verdad.
Lo segundo: tener valor para hacerlo. ¿Qué es lo peor que puede pasar?
Lo tercero: decidir cómo y cuándo hacerlo.
Lo cuarto: hacerlo, cambiar, tomar el timón.
Lo quinto: comunicarlo a los afectados y ser firme en la decisión.
Lo sexto: comprobar qué ha pasado tras el cambio.
Lo séptimo: si no te gusta el resultado, vuelve a cambiar.
Ojo, ten siempre un plan alternativo para evitar desastres, no se te ocurra poner todos los huevos en la misma cesta… a no ser que sea completamente necesario.
Ten el valor. Decide tú. Hazlo pronto.