¿Hay algo más bonito que la cara que pone un niño que espera su regalito cuando, por fin, se lo das? Encontrar trabajo bien pagado no cuenta. Los niños son especialmente expresivos y sensibles cuando de emociones se trata. Es fácil hacer reír a un niño, casi tan fácil como hacerle llorar.
Los niños, esas almas cándidas
Son adorables, graciosos, espontáneos, casi siempre sinceros, interesados, emocionales… cuentan con todo aquello que uno pierde cuando se hace mayor, incluso el goteo de la nariz.
Y si algo saben los equipos comerciales es que los niños influyen mucho en el comportamiento comercial de la familia al completo. Por eso tratan de atraerlos a sus negocios con trampas irresistibles: caramelos, regalitos, atenciones especiales…
No hay nada más efectivo que un niño llorando desconsolado porque quiere ir a su restaurante favorito para que le den su regalo con el menú. A ver quién es el guapo que se resiste a eso.
La situación
Como buenos padres, el pasado fin de semana hicimos caso a nuestros hijos a la hora de elegir el sitio donde ir a comer. Podéis imaginar de qué tipo de restaurante estamos hablando…
Y en estos sitios, el regalo con el menú cuenta. ¡Vaya si cuenta! ¡Es el ingrediente principal del almuerzo del niño!
El contexto
40ºC en la calle a finales de junio en el sur de España. Con eso lo digo todo.
La experiencia
Nos sentamos a la mesa y, sin tener que mirar la carta, los niños ya saben que quieren un menú infantil con pasta y pizza y lo que sea que traiga, más el regalo, por supuesto.
Y llegan los menús, con los niños ansiosos por descubrir sus regalitos. La amable camarera les entrega su plato y les anuncia que que en un segundo vuelve con los regalos.
Dicho y hecho: no se había ido cuando ya estaba de vuelta con dos bolsitas naranjas, cuadradas, del tamaño de una servilleta de bar, pero del grosor de una tortilla de patatas. Raro. Qué raro. ¡Qué regalo más raro!
Los niños corren a por él y, cuando lo alcanzan, nos miran con un gesto de interrogación: «¿esto qué es?», dicen con la cara sin soltar palabra. Nosotros tampoco sabíamos que era. Una bolsita que traería algo dentro… a ver, a ver… ¡¡¡tachán!!!
¡Un bonito chubasquero! Expectativas vs. realidad
Sí, como suena. Un chubasquero. En pleno verano, con 40ºC en el exterior, sin una nube a menos de 1.000km a la redonda. ¿Qué cara se os ha quedado? Pues imaginad la de los niños…
La señorita ya había sufrido el desengaño anteriormente y se deslizó hacia la cocina con un «sí… um… ah… eh, un chubasquero, sí… yo ya me voy».
A ver quién convence a los niños ahora de que tienen que comerse la pizza y la pasta para quedarse con el «juguete». ¡Vamos, estuve a un milímetro de dejarme yo mi plato!
Coherencia
Si vamos a hacer un regalo, si vamos a ilusionar a un niño como medio para la fidelización actual y futura, si queremos quedar bien con los padres, si queremos ser amables, si somos así de buenos… vamos a hacer las cosas bien. Que no es tan difícil. Que regalar un chubasquero en verano, a 40ºC en plena Costa del Sol está tipificado como delito, casi seguro.
El efecto: justo el contrario al buscado. Desilusión, pena, disgusto. Y lo peor: todo esto después de un gasto que era, a priori, innecesario.
¿Tengo que decir más?