Hace unos días mis padres nos visitaron en casa. Trajeron la merienda para los niños. ¡Todos felices!… menos el pastelero. Parece ser que no estaba el hombre para muchas alegrías. ¡La vida, que es dura!
Cruasanes y napolitanas
En eso consistió la merendola. Los niños, al ver los dulces, contentísimos. Los abuelos, al ver a los niños, más contentos y yo, con semejante panorama, terminaba de recoger la cocina. ¿Se puede estar mejor? Sí, si no hubiera tenido yo que recoger la cocina, claro.
Mientras los niños merendaban, yo miraba de reojo los cruasanes. La verdad es que no tenían una pinta especialmente buena. No invitaban a ser comidos. Las napolitanas, tampoco.
No pude evitar probarlos para cerciorarme de su idoneidad para los niños y para poder escribir este artículo en el blog, claro. Probé un poco pequeñiiito de cada uno. El resultado fue mediocre con las napolitanas y definitivamente malo con los cruasanes.
La procedencia
Una pastelería tradicional del centro de la ciudad. Antigua, en buena zona y con cierto renombre. La pastelería fue fundada en los años cuarenta, obviamente, del siglo pasado.
Sin embargo, lejos de ser un establecimiento puntero por la calidad de sus productos, por su imagen, olor, tradición o cualquier otro motivo, últimamente no pasaba de ser la pastelería del barrio a la que la gente sigue yendo por pura inercia.
La situación
Durante la visita al negocio de mis padres, el dueño no pudo ocultarles su preocupación: quizás tuviera que cerrar en breve.
Resulta que el local en el que estaban situados es de renta antigua y, lógicamente, después de tantos años, el dueño quiere renegociar las condiciones del alquiler (renegociar = subir de una vez el alquiler, que esto de la renta antigua tiene su mandanga…).
Con las nuevas condiciones, el dueño no podría hacer frente al alquiler y tendrían que cerrar. Una lástima, sobre todo teniendo en cuenta que el negocio supera ya los 70 años de antigüedad. Pero claro, qué se va a hacer, «el negocio es el negocio» y de nada sirve mantener una pastelería abierta si no vende lo suficiente ni como para pagar el alquiler. ¡Podéis imaginaros!
La excusa
¡No me digáis que no es la excusa perfecta!
«Cambian las condiciones del alquiler del local y, claro, no puedo hacer frente a las nuevas y cierro. Sencillo, algo traumático, pero seguro que sobrevivirá su dueño. Os lo miro de todas formas.
Pero, después de ver el aspecto de los pasteles, me queda la siguiente duda: ¿es posible que haya otras causas para el inminente cierre, además del cambio de las condiciones en el arrendamiento del local?
Y, desgraciadamente, mi respuesta es sí. Al menos, las siguientes:
- En estos 70 años no ha habido ninguna innovación. Se siguen haciendo los mismos pasteles en las mismas condiciones más o menos. Ningún cambio drástico. Nada especialmente nuevo. Quizás hayan copiado algunos pasteles de otros y renovado los equipos que se iban rompiendo; poco más.
- Ninguna acción comercial. Cero patatero en los 70 años de historia. Ni siquiera publicidad.
- Los precios siguen siendo altos porque, claro, están en buena zona. Caros. Y cuando no hay competencia, pues da más o menos igual si tu producto es inelástico. Pero, ¿son los pasteles un producto inelástico? Respuesta corta: depende; Respuesta larga: otro día lo discutimos.
En resumen: en estos 70 años ha cambiado casi todo, incluido el clima, menos ellos.
Alternativas
Muchas, tantas como se os puedan ocurrir. Y muchas más. Sin embargo no han aplicado ninguna. ¿Que se puede esperar entonces? El inexorable cierre.
Después de todo, así podía haber acabado el plato. Pero no, sobraron cruasanes, a pesar de los niños.