«¡Por fin tengo la oportunidad!» Tengo que confesar que ese fue mi primer pensamiento cuando nos comunicaron en la Escuela de Ingeniería que realizarían una encuesta de satisfacción con el profesorado a los estudiantes.
Era el momento de decir cuatro verdades acerca del profesorado y la formación que estábamos recibiendo. Todos nos miramos con cara de satisfacción, pensando: «¡Por fin!»
Estuvimos comentando el asunto varios días entre compañeros. No nos lo podíamos creer. Según nuestra opinión, la formación que recibíamos en aquellos momentos distaba mucho de ser buena: los profesores carecían de capacidades básicas en cualquier aspecto relacionado con la educación: poca experiencia, pocos conocimientos acerca de cómo formar a alumnos, poca motivación y, por si fuera poco, en algunos casos, conocimientos básicos acerca de la materia que intentaban enseñar.
Y, la verdad, el descontento por parte de los alumnos era bastante elevado porque, si a todo esto sumamos una acuciante falta de medios y una más que elevada presión por parte de los docentes en los exámenes, con porcentajes de aprobados muy por debajo de lo recomendable, la sensación de pérdida de tiempo y hasta burla por parte del sistema era bastante generalizada.
Así que llegó el momento de decir cuatro verdades para que, por lo menos, se conociera nuestra opinión. Si conseguiríamos algo o no con la encuesta era una quimera, pero en esos momentos daba igual: ya veíamos los nombres de los profesores menos valorados en nuestra imaginación con calificaciones catastróficas y el estudio publicado en los periódicos.
Y, como todo en esta vida, llegó el día de la encuesta.
Con mucha ceremonia, como queriendo darle la importancia que se merecía, nos explicaron el procedimiento. Muchos nos frotábamos las manos, las miradas sonrientes con dientes brillantes eran generalizadas. Una vez repartido el cuadernillo,bastante extenso, nos pidieron sinceridad y mesura en las respuestas ya que los resultados «podrían afectar la vida académica de algunos profesores». Algo se debían oler.
Abrí el cuadernillo y junto a cada asignatura estaba colocado el nombre del profesor que la impartía seguido por varias preguntas con una escala para puntuar de 0 a 10. Y ahí comenzaba su calvario. O, al menos, eso pensábamos.
Primera pregunta: «¿Es puntual el profesor?»
-Vaya, el profesor es pésimo, no tiene ni idea de lo que enseña y no sabe explicar nada, pero la verdad es que puntual sí que es. No se retrasa ni un minuto. Umm, tendremos que ser sinceros para que luego las respuestas se tomen en serio. Vale, un 10. Pero sólo por esta vez.
Segunda pregunta: «¿Es el profesor respetuoso en clase?»
– Vaya por Dios, el profesor es pésimo como docente, pero la verdad es que no nos insulta ni nos llama idiotas a la cara. El respeto lo mantiene, sí. De hecho, nos trata de usted. Umm, bueno, venga otro 10, pero ésta es la última vez.
Tercera pregunta: «¿Atiende el profesor a los alumnos en clase? ¿Contesta las preguntas que se le plantean?»
– Verás tú, verás tú… que el profesor es pésimo como docente, pero que las preguntas las responde… cuando las hay, porque la verdad es que casi nadie pregunta porque no nos enteramos de nada, pero si alguien levanta la mano en clase, él se vuelve y contesta, eso no lo podemos negar. Esta vez sí que es el último 10.
Cuarta pregunta: «¿Asiste el profesor a sus tutorías?»
– ¡Claro que va a sus tutorías! Los que no vamos somos los alumnos, porque como no hay quien lo entienda a la hora de explicar, ni siquiera cuando le preguntas… pero a las tutorías va, claro: ¡siempre! Otro 10 encasquetado.
Quinta pregunta: «¿Parece dominar el profesor su materia?»
– ¡Olé! ¡¡Por fin!! Es un negado explicando, no nos enseña nada de nada y lo que hemos aprendido ha sido gracias al libro que nos recomendó a principio de curso. No, no domina la materia, no. Hombre, algo sabe, pero tanto como dominarla… Pero claro, si ponemos un cero patatero, seguramente cante demasiado que lo odiamos y no tendrán en cuenta este cuestionario. Pongamos un 2. ¡Bien!
Sexta pregunta: «¿La bibliografía y el programa presentados son apropiados al contenido de la asignatura?»
– ¡Ya la hemos liado! Lo único que he aprendido de la materia que imparte ha sido gracias al libro que recomendó y tuve que comprarme porque no estaba en la biblioteca. Y el programa del curso me gusta, claro. Por eso me matriculé. Venga, tampoco quiero dar otro 10 porque ya iba a ser demasiado. Un 8.
Y… pasamos a la siguiente materia con las mismas preguntas.
Hago la cuenta mentalmente y resulta que al profesor más odiado y menos respetado le hemos puesto un 8,3 de nota. Aquí y aquí tenéis los resultados en dos momentos diferentes.
¿Es alguien capaz de explicarme para qué sirve esta encuesta planteada en estos términos? Una encuesta implica un elevado coste en la presentación, elaboración, realización, recogida de datos, procesado y presentación. Mucho tiempo y dinero.
Además de enviar los satisfactorios resultados a los medios locales, ¿sirve para algo más? Pues eso.
Otro caso claro en el que la estadística y sus métodos se convierten en un fin en sí y no en una herramienta para obtener un feedback fiable. Esto aplíquese a todos los ámbitos, eso es una burda manipulación.
Se puede decir más alto, pero no más claro…
Saludos.
Esta mañana leyendo una entrevista a un cerebrito malagueño que estudia en la Universidad de Berkeley, menciona esta herramienta para medir la calidad de las empresas de una manera real… tiene buena pinta:
http://www.claptime.com/
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